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De Prudhomme a Vargas Llosa El largo camino del Nobel
Posted by ASIDECLARO on 13:02 // 0 comments
El primer premio nobel de literatura fue Sully Prudhomme, en 1901. Muchos creían que Sully, por su nombre, era mujer. En realidad fue un poeta francés, que moriría 6 años después de recibir tan inmortal premio, instaurado por el gran Alfred Nobel.
Años luego, el español José de Echegaray sería el primer autor de habla hispana en recibir el Nobel, en 1904. Y al año siguiente, el premio sería para el polaco Sienkewicz con un libro que luego sería famoso en el cine: “Quo Vadis”, sobre las aventuras de Nerón y el circo romano.
Inglaterra. por fin, lo obtiene en 1907, con un famoso escritor, Rudyard Kipling, cuya obra más célebre fue “El Libro de la Selva ”, que luego Walt Disney utilizaría para una gloriosa película de dibujos animados. En 1909 fue una escritora la primera en recibir el Nobel siendo mujer y, además, escandinava: Selma Lagerloff. El Nobel, por aquel año, se quedó en casa. En 1911 se premia a un sensible escritor belga, Maeterlinck, autor de “El Pajaro Azul”. Y en 1913, cuando se acercaba la catástrofe de la primera guerra mundial, ganó Rabindranath Tagore, el gran literato indio, humanista y poeta.
Los cinco años de guerra ensangrentaron Europa. No hubo Nobel en aquel fatal 1914. El 15 se lo dan a Romain Rolland y después a dos autores escandinavos. En 1918 el mundo estaba en penumbras. Tampoco hubo Nobel, solo miles de muertos. En 1919 los premios volverían galardonando al suizo Spiteler. En 1921, merecidísimo Nobel para el francés Anatole France, la inteligencia más brillante de Europa. En 1922 para el español Jacinto Benavente. En 1923 para un gran poeta, el irlandés Yeats. En 1925 otro monstruo se lo lleva a casa: George Bernard Shaw. Alemania, destrozada por la post guerra, celebra en 1929 el Nobel para uno de sus hijos más ilustres: Thomas Mann.
En plena efervescencia mussoliniana, el italiano Luigi Pirandello recibe el Nobel en 1934. Llegó la segunda gran guerra y no hubo Nobel para nadie. En 1945, el premio va para una poeta chilena grandiosa, Gabriela Mistral, primer Nobel de Latinoamérica. Inolvidable. De 1946 a 1950 se reconoce a plumas decididamente geniales: Herman Hesse, Gide, Elliot, Faulkner y Bertrand Rusell. El viejo héroe de la guerra, Winston Churchill, lo recibe gracias a sus memorias, en 1953. Hemingway lo gana en 1954, otro español famoso, Juan Ramón Jiménez, lo obtendría en 1956, Camús en 1957 y Boris Pasternak en 1958, gracias a su famoso libro “El Doctor Zhivago”. Sartre, mientras tanto, lo obtiene en 1964.
El segundo escritor latinoamericano en ser Nobel es Miguel Angel Asturias, de Guatemala, en 1967. Y allí nomás, en 1971, se lo otorgan al gran poeta chileno Pablo Neruda. En 1977 más Nobel para las letras españolas, con Vicente Aleixandre. Y en 1982 festeja Colombia: Gabriel García Márquez es galardonado y se convierte en inmortal. En 1989, un gran español lo recibe, Camilo José Cela. A renglón seguido, México encaja su primer Nobel en 1990, cuando su poeta mayor, Octavio Paz, recibe el premio. El primer portugués que se lo lleva es José Saramago, en 1998 y el alemán Gunter Grass en 1999 reafirma su gran prestigio al obtenerlo. Con el nuevo siglo, el chino Gao Xinjian es elegido Nobel el 2000. La cultura y la mira al Lejano Oriente.
Mucho se dijo que, en esta década, se premiaba a autores desconocidos y a Vargas Llosa se lo había dejado de lado. No es tan cierto. Harold Pinter se lo llevó el 2005 y Doris Lessing en el 2007, ambos de Inglaterra. Buenos escritores. Y Hertha Muller, quien fue Nobel el año pasado, desarrolla un trabajo literario sobre quienes han sufrido las violencias de los regímenes dictatoriales, como los de Ceaucescu.
Mario Vargas Llosa, en este caso, representa uno de los Nobel más merecidos, dada su prolífica trayectoria. Cierto es que España, legalmente, celebra el premio, pues internacionalmente aparece Mario como escritor peruano-español, por asuntos de la nacionalidad (los diarios de la península festejaron la noticia con un sonoro “Ganó España”). Pero nadie duda de la peruanidad de Vargas Llosa y el hecho de que su país natal no sólo le dio la genética y el apellido sino la fuerza inspiradora, la magia y la miseria al mismo tiempo para escribir tan literaria y descarnadamente como hasta hoy lo ha hecho. Nuestro parabienes, Mario.
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